LA ROSA ROJA
Está el guerrero ausente. Su amante compañera –el corazón henchido de
lánguida tristeza- borda una rosa blanca sobre un cojín de seda. Pinchase. De su mano fluye la sangre trémula que al
punto en encarnada la rosa blanca trueca. Su alado pensamiento va a él, se hunde
en la guerra: ¡Quién sabe si su sangre las nieves enrojezca!
Aun
el galope escucha de algún corcel que llega.
¿Será por fi su amado? ¡No es él!
Es que golpea con ritmo presuroso su corazón en pena. Ella se inclina
entonces sobre el cojín de seda y va bordando en plata sus lágrimas que ruedan y
esmaltan la frescura de aquella flor
sangrienta.
Li-Tai-Po
(chino)
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